Empleos de calidad

“Un hombre no es pobre por el hecho de no tener nada, sino cuando no trabaja” —Montesquieu

Empleos de calidad, con un sueldo que alcance para darle una vida digna a la familia, con prestaciones suficientes para no sentirse vulnerable frente a cualquier enfermedad, con la posibilidad de tomarse una o dos semanas de vacaciones al año, con la tranquilidad de que los ahorros para el retiro se traducirán en una pensión digna, con la certeza de que los hijos pueden concentrarse en sus estudios sin tener que trabajar para aportar dinero al hogar. Estoy convencido de que ese es el anhelo más profundo de las y los yucatecos. Así lo indican las encuestas y los grupos de enfoque que he visto y realizado en el estado. Así lo veo cada que me detengo a platicar con los abarroteros de Kanasín, con las señoras de los tacos de lechón en Umán, con los adultos mayores que salen a cortar leña en Acanceh, con las familias de la Juan Pablo II.

Y es que en Yucatán se vive una realidad, en el mejor de los casos, rara, y en el peor, esquizofrénica. Por un lado, resulta que según cifras del INEGI, Yucatán es el segundo estado con menos desempleo en México, con una increíble tasa de 1.9%, menor a la nacional de 3.4% y a la de países como Alemania, Corea del Sur y Estados Unidos. Si Yucatán fuera un país (así es, si reviviéramos a La Hermana República), ¡ocuparía la décima posición con menos desempleo en el mundo entero! El problema es que, como sabe cualquier residente de nuestro hermoso estado, una proporción muy relevante de la población trabaja en la informalidad, el dinero no rinde lo que rendía antes y los sueldos que perciben la mayoría de las y los yucatecos se encuentran entre los más bajos de todo México. Van algunos datos para dimensionar el problema.

Según el INEGI, el salario promedio que se percibe en el sector formal yucateco es de 290 pesos diarios, equivalentes a 8 mil 805 mensuales, 22% menos que el promedio nacional. Por si fuera poco, resulta que el incremento del salario promedio en años recientes no se ha traducido en un incremento real en el poder adquisitivo de las familias yucatecas. Si tomamos como base 1970, los 100 pesos que recibía un yucateco por su trabajo diario en aquel entonces hoy equivalen a 33 pesos, un desplome de 67%; y si tomamos como base el 2000, la situación no mejora mucho, el incremento del poder adquisitivo es de apenas 1.7%. Todo lo anterior sin considerar al sector informal, donde trabajan 63% de las y los yucatecos y donde los salarios suelen estar entre 30 y 40% por debajo de los del sector formal.

Para rematar, resulta que las cifras récord de creación de empleos que hemos visto en este sexenio esconden una realidad preocupante. Si bien México está creando muchos empleos (más de 3 millones desde 2013, de los cuales 164 mil se crearon en Yucatán), el 72% de estos podrían considerarse precarios, dado que perciben uno o dos salarios mínimos, algo así como 180 pesos diarios. Desde esta perspectiva, resulta que la falta de empleos de calidad requiere de mucho más que la simple creación de empleos. Si queremos detonar el enorme potencial de nuestro estado y darle una mayor igualdad de oportunidades a las y los yucatecos, no nos podemos conformar con un buen desempeño en un puñado de indicadores generales. Tenemos que ir más allá: tenemos que pensar cómo lograr que la población económicamente activa que tiene un empleo pueda tener uno de calidad, que satisfaga, con creces, todo lo que menciono en el primer párrafo de este artículo, al mismo tiempo que disminuya el empleo informal.

Habrá quien diga que tener un empleo mal pagado es mejor que estar desempleado, o que los salarios bajos son reflejo de lo que paga un mercado con mano de obra barata. Ambos argumentos son válidos pero incorrectos. Una razón fundamental por la que la mano de obra es tan barata en Yucatán —y, por ende, por la que los salarios son tan bajos— es que no hemos invertido lo suficiente en formar capital humano para competir en el nuevo milenio. La educación que se imparte en las aulas de nuestro estado todavía dista mucho de la calidad necesaria para dotar a nuestros jóvenes de herramientas para competir por plazas en los sectores más complejos de la economía, donde los salarios son más altos. No sólo eso, no estamos educando a los adultos que necesitan adquirir nuevas competencias para encontrar un trabajo bien pagado. La educación continua permanece relegada, aunque las tendencias globales no dejan duda de que actualizarse, capacitarse y seguir estudiando a lo largo de la vida (en vez de los primeros 22-24 años) es el modelo educativo del futuro.

Querida lectora, querido lector, por favor no nos conformemos con la situación actual del empleo en Yucatán. Hoy más que nunca necesitamos empleos de calidad y eso pasa por mirar con escepticismo las cifras. Sí, vamos por buen camino, y sí, un empleo mal pagado es mejor que estar desempleado, pero podemos estar mejor, mucho mejor. Hagamos lo que nos toca y exijámosle a los candidatos que vengan a pedirnos nuestro voto que nos expliquen sus planes para generar condiciones que impulsen más y mejores empleos.

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En menos de 280 caracteres: El 65% de las personas desocupadas en Yucatán tienen entre 14 y 29 años. Recordemos que los jóvenes desempleados son carne de cañón para el crimen organizado. Otra razón para asegurarnos de que nuestros jóvenes también tengan empleos de calidad.

Artículo publicado en el Diario de Yucatán, el 16 de enero de 2018.


 

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